Escogí mostrar el lugar que para mí sintetiza este mágico barrio sobre la colina. Parte del laberinto descubierto por casualidad, esta intersección de callejones me sedujo a primera vista. Todos los elementos parecen en efecto reunirse allí para ofrecer un ambiente de pueblo donde se mezclan armoniosamente locales y viajeros de paso. Todo parece perfectamente equilibrado: la sombra compensa la luz y cada uno puede entonces encontrar un murete donde sentarse cómodamente. El público y la intimidad naturalmente se juntan, un escalon basta para señalar al transeúnte el umbral que hay que respetar. Los vegetales aportan algo de vida y frescura a este paisaje mineral y los tintes azafrán animan aquí y allá las fachadas de cal y de piedras. Finalmente, el juego de niveles y de sinuosidades añade la tecla final a este lugar, permitiéndole conservar este aspecto íntimo que le va tan bien.