Ambos artículos estudiados esta semana presentan numerosas similitudes de punto de vista.

Para comenzar, Koolhaas critica por ejemplo las realizaciones del movimiento moderno. Esta corriente del siglo XX intentó durrante mucho tiempo repetir modelos universales, haciendo caso omiso de toda especificidad medioambiental o cultural de los lugares en los que se iba a construir. Según el autor, el trabajo de urbanismo no consiste, evidentemente, hoy en calcar planos de manera sistemática, sino debe arreglarse con lo existente. Lynch comparte este punto, y critica la arquitectura objeto, ciego del que la rodea. Para él, es necesario comprender las especificidades, las singularidades de un sitio antes de realizar un proyecto.

Ambos autores también se ponen de acuerdo sobre el aspecto delicado del papel del urbanista. Se trata en efecto de iniciar procesos, de crear nuevas maneras de pensar los proyectos. Planificar significa ahora más bien comprender las necesidades de los usuarios, en lazo con un sitio, y sacar de eso un programa ni demasiado general, ni demasiado determinante.

Por fin, Koolhaas y Lynch se ponen de acuerdo sobre la importancia de devolverles un poder de decisión a las poblaciones. Subrayan la necesidad de conocer los deseos de los usuarios para formular lo mejor posible los objetivos de los proyectos. Aunque esto sea complicado a crear, el establecimiento de debates participativos parece ser un buen punto de partida.