Reflexionar sobre las relaciones humanas que se producen en las ciudades modernas es necesario para poder decantarnos por modelos que potencien esas mismas relaciones.

El desarrollo en forma de árbol decanta a las personas como si de una maquinaria se tratara, se niegan los recorridos de paseo, los de paso, los de descanso; todos ellos se transforman en la inmediatez de las zonas aglutinadoras de usos similares, creando ciudades como suma de partes compactas y no como entes vivos capaz de autoasimilarse en el tiempo.

La organización es clave para lograr esto, se necesitan planes que acepten los cambios, que aprendan de sus errores, y que se sometan a la escala del contexto urbano. Todo ello para que la ciudad no se convierta en la unión de los puntos A y B en un mapa, ni tampoco en una masa infinita que se extiende, sin entender donde empieza ni acaba, separando y separandose.