Al analizar una ciudad, observamos cómo se planifica ordenadamente a través de distintos elementos. En una primera instancia encontramos sus vías principales, grandes avenidas que delimitan zonas y generan una serie de ambientes y situaciones que enriquecen la ciudad. A partir de estas vías, o ejes vertebradores, surgen otras calles, de menor importancia y tamaño, pero que articulan lo barrios, dividiendolos en manzanas. Y dentro de esto, aparecen algunos espacios públicos, aunque con menos frecuencia de la que debería.

Los espacios públicos han pasado a ser algo casi despreciable, pareciendo que no se le da el valor que tienen, siendo usados la mayoría de las veces para dar uso a espacios sobrantes de planes urbanísticos, en lugar de ser una parte a tener en cuenta en estos planes.

La ciudad parece crecer sin control, intentando aprovechar cada metro cuadrado para beneficio económico, ya que es preferible un bloque de pisos a una zona verde, y si esta finalmente aparece no lo hace de una forma pensada para el disfrute de los ciudadanos, sino para cumplir con un porcentaje que obliga la ley. Parece ser que el bienestar de los ciudadanos o promover las relaciones sociales en la ciudad pasa a un segundo plano, en lugar de una ciudad amable nos encontramos con una llena de asfalto y bloques de pisos.