Utopía – Tomás Moro

Las cordilleras blancas dibujan el paisaje, sobre ellas se asienta una ciudad que brilla con cada rayo de sol. Pequeñas casas que ascienden por una colina y dan paso a un gran castillo puntiagudo cuyas torres están hechas de plata y sus muros de algodón. Sus casas acogen a mágicos seres que abren sus alas para ir de un lugar a otro. No existen las calles ya que no son necesarias,  pero sí abundan los espacios libres donde, tras varios codazos sin querer y algún que otro intercambio de sonrisas volátiles, consiguen llegar para la hora del almuerzo y comer así todos juntos.

Las burbujas de las risas de dos pequeños recorren cada curva de la fachada del Gran Arrecife, algunas explotan en su ascenso mientras que el resto se pierden en la infinidad hacia la luz. El aleteo es propio de un día de viaje, hoy cambia la estación y hay que mudarse. Estos seres nómadas se mezclan entre sí, formando vínculos  y deshaciéndolos en breves periodos de tiempo, sin olvidar que todos los veranos volverían a encontrarse en el Gran Arrecife, el mejor lugar de todos los alrededores, ese lugar que una vez que has estado no puedes parar de recordar.

Tanto las utopías como las ciudades invisibles de Italo Calvino, te invitan a soñar.

Soñar, y nunca dejar de hacerlo. Probar a ver si lo más irreal puede volverse tangible. Así se han logrado los mayores inventos de la historia y, aunque la mayor parte de la gente piense que ya está todo inventado, siempre hay algo que no, aunque sea la forma de organizar todo lo que ya está descubierto.

Si se puede imaginar una ciudad ideal, ¿por qué no hacerla?