El barrio del Albaicín experimenta una invasión turística que se apropia de él permanentemente. Sólo unos campanarios han quedado sin convertirse en negocios hoteleros o en ser vendidos a empresas. El barrio ha quedado como si de una silueta se tratase, sin vida, simplemente contemplando el ir y venir de turistas, personas que no habitan el barrio y que no viven su arquitectura como los propios vecinos, se trata de una arquitectura vacía.
Ahora la vida y el color del barrio se aloja en los campanarios explotados: el tejido urbano albaicinero ahora se aloja entre las torres y su correspondiente campanario. Callejuelas, plazas, miradores, viviendas se insertan como extensión propia de la torre y llegan hasta el campanario de la misma, para seguir reconociéndose como hitos urbanos, que ahora los turistas pueden observar pero es patrimonio exclusivo de los vecinos. El típico skyline de cipreses que viste los cármenes del Albayzin se ordena ahora en un irregular 'Bosco Verticale'.
Un caos vibrante; un barrio que ha quedado desordenado, descolocado pero sigue viviendo: se puede pasar de caminar bocarriba a caminar bocabajo para salir a una plaza o un mirador, ahora caminar sobre las paredes y entrar a tu vivienda.