La crisis del COVID-19, con su consecuente cuarentena y posterior adaptación social, ha sido un duro golpe a toda la sociedad. Miles de sectores se han tenido que adaptar a un nuevo modelo funcional, incluyendo el sector de la arquitectura y el urbanismo.

Las transformaciones realizadas por arquitectos y urbanistas a principio del siglo XX siguen siendo transcendentes a día de hoy, con la necesidad de calles anchas y luminosas para una mejor higiene, pero con el reciente confinamiento de este año se han puesto en evidencia otros problemas.

Si bien estamos hablando de un momento relativamente traumático para la gran parte del mundo, la forma de vida que están experimentando los niños e infantes es especialmente preocupante. Primero, se vieron encerrados en sus casas durante varios meses, aprendiendo a llevar un ritmo de vida totalmente diferente; y ahora, llevan una vida social parcialmente sesgada mediante el uso de mascarillas, la distancia de seguridad, la utilización de geles hidroalcohólicos, etc. En general, la forma de relacionarnos y divertirnos ha cambiado completamente.

Y es así como se hace cada vez más evidente la importancia de los espacios públicos (y en concreto los espacios verdes) en la ciudad, los cuales nos permiten relacionarnos y desconectar. Estos parques o bosques urbanos tienen la capacidad, además, de ventilar la ciudad, algo de vital importancia a la hora de combatir una pandemia. Si bien la creación de dichos espacios en ciudades ya asentadas es algo complicado, se puede recurrir a la transformación de espacios o edificios abandonados, así como al uso de cubiertas-jardín que pueden ser de gran relevancia en un futuro confinamiento.

En definitiva, se necesita una ciudad que le dé importancia a la ventilación y la descongestión urbana, a la vez que se atienden a otras cuestiones necesarias como la correcta conectividad de la ciudad, el uso de los transportes colectivos y las bicicletas…