Día 1 post-confinamiento. Mi pareja y yo decidimos vernos, huyendo del mundanal ruido nos encaminamos al entorno de la Silla del Moro con la expectativa de encontrarnos, quizás, con algún deportista aislado que no interceda de modo alguno en nuestra cerveza con vistas a la Alhambra. Sin embargo, nos encontramos que la gente había huido por cientos de la compacta y asfxiante urbe. El panorama podia ser equiparable al de la calle Reyes Católicos a las dos de la tarde.

Por mi cabeza rondan imágenes de esta calle con el río Darro atravesándola, con los puentes cosiendo sus dos orilas y el primer pensamiento que este mono de naturaleza (generado por el confinamiento) me arroja es que se podría haber sido evitado abriendo una ventana.

Pasando a este caso práctico, por ser el más obvio, debemos entender que el imperio del automóvil debe desaparecer. Su presencia en calles como esta acaba haciendo insufrible la vida allí, tanto por el ruido como por la contaminación, entre otros factores. Estas variables desaparecen en el confinamiento pero dejan de testigo una franja de 5 metros de ancho de insípido asfalto que sepulta el río Darro y todo lo que conlleva su presencia al descubierto para nuestra salud mental y física.

Por lo tanto concluyo que las medidas urbanísticas tras el COVID deberian ser profundas, deberían alejarse de intereses mercantiles y centrarse en accercar al ciudadano a su destino inseparable, la naturaleza.