Estos últimos meses la aparición del COVID-19 ha provocado un cuestionamiento total sobre el espacio público y la actual forma de vida urbana.

El espacio público se ha visto obligado a reinventarse y adaptarse a esta nueva realidad. Infraestructuras pensadas para funcionar como espacio colectivo, social y cultural han tenido que readaptarse para otros usos no pensados a priori, lo que ha evidenciado una gran falta de espacio público de calidad en la actual ciudad.

Una posible respuesta de futuro (a corto plazo) frente a estas carencias de la ciudad vertical podría ser la de recuperar ciertos espacios de nuestros edificios, espacios sin uso, que han terminado siendo residuales, como espacio colectivo. Nuestras terrazas y azoteas podrían transformarse en espacios verdes a gran escala, que ayuden a solventar los problemas de la ciudad actual.

Espacios en estado de evolución, de uso cultural y vecinal, donde se generen jardines y huertos urbanos mediante prácticas colectivas, que permitan producir alimentos para el consumo diario y energía, convirtiéndose en espacios fundamentales en periodos de confinamiento, que permitan el juego y el descanso.