Si algo hemos aprendido durante el confinamiento y durante la pandemia es que de un día para otro el modo de ver y vivir la vida  puede cambiar en cuestión de horas. Principalmente esta pandemia nos ha cambiado la forma de relacionarnos entre las personas y el entorno, ayudándonos a valorar más los espacios abiertos y diáfanos. 

las ciudades deben ser el reflejo del paso del tiempo y sus acontecimientos siempre y cuando el cambio reflejado sea para mejor, por ello podemos cambiar las ciudades a través de pequeñas actuaciones que nos faciliten nuestros movimientos y nuestras relaciones. 

Principalmente hemos valorado que el tener “a 5 minutos de “ todo lo esencial  y necesario para nuestra vida diaria es imprescindible para poder evitar coger transporte o desplazarnos innecesariamente con un vehículo. 

Hemos abandonado las calles estrechas y umbrías por avenidas, parques y paseos marítimos donde las aceras eran más anchas para poder andar con comodidad. Los parques antes atravesabamos  de paso ahora se han convertido en un  lugar imprescindible de estancia y disfrute, un lugar donde respirar y sentirnos un poco más libres. 

El transporte público que tanto nos asusta a día de hoy debería de alternarse con otro tipo de transporte más limpio como puede ser la bici o los patinetes eléctricos creando así carriles seguros por los que desplazarse desde casa al trabajo o al colegio y sin producir contaminación. 

Y al igual que nos hemos dado cuenta que cambiar públicamente, también nos hemos centrado en cambiar lo que de puertas para adentro nos ha hecho cambiar nuestra forma de vivir las casas. Ahora las terrazas ya no son un cuarto más de la casa sino un lugar donde respirar y poder realizar más actividades que antes no valorabas. 

Podríamos resumirlo en que los principales cambios que apreciamos a día de hoy son los que ofrecen espacios de calidad al servicio de las personas y que dejan al vehículo privado en un segundo plano.