En la actualidad los ejes que rigen una ciudad son las  comunicaciones y la funcionalidad. La gente debe asistir a sus lugares de trabajo, a colegios, supermercados etc, y para ello se diseña la circulación de la ciudad. Todo esto está bien, ya que se le facilita la vida a la persona que vive en ella, pero el problema radica en que se hace a toda costa, sin pensar muchas veces en las personas que se supone que estamos intentando ayudar. Este es el problema del urbanismo hoy día.

     En esta situación es donde debe aparecer la figura del arquitecto como conciencia que nos ayude a saber que debemos conseguir, es el ojo crítico que piensa en todos los aspectos que influyen en la vida de las persona así como en el diseño y la funcionalidad de los elementos a crear. La ciudad ha de ser funcional, pero a la vez, armoniosa, respetando su pasado y previniendo su futuro. Advirtiendo que determinados elementos deben ser respetados, que en determinadas zonas en mejor regirse por una seria de normas para crear conjuntos diferenciables dentro de la ciudad, o simplemente observar que nos rodea para que la ciudad crezca de la manera más fácil para con su entorno.

     De esta manera, el “arquitecto” debe ser capaz de unificar la funcionalidad con la armonía, entendiendo esta también como belleza. Con esto conseguiremos que la ciudad cobre vida, que las personas que la habiten disfruten recorriendo las calles, ya sea para ir a trabajar o para comprar. Que se invite al ciudadano a vivir su ciudad, a ser partícipe de ella. Ya que las ciudades sin habitantes que la vivan pierden el alma, pasan a ser  cúmulos de gente que se desplazan en su interior con el único fin de realizar sus funciones, para luego volver a su hogar, a vivir su casa, no su ciudad.

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