Corea ha sido desde sus inicios un espacio en continua disputa y relación con otras fronteras orientales, principalmente China y Japón, recibiendo grandes influencias, y al mismo tiempo sufriendo ocupaciones continuas, que evitaban que desarrollasen una personalidad propia.

La era bélica permite una relativa independencia, pero las culturas niponas han arraigado tanto que persisten, creando en los habitantes la sensación de una subyugación persistente, e invitando a acercarse más a otras culturas occidentales cuyas corrientes empezaban a llegar.

Esta nueva forma de entender la cultura implica un cambio en la ciudad, nuevos planes de grandes ejes que buscan colonizar el entorno de un modo muy concreto, generando también zonas que se quedan fuera de los núcleos, zonas marginales en las que el crecimiento orgánico impera de una forma propiamente nipona.

Estos planes mantienen la idea de la reticularidad, añadida a la forma de acercamiento a las zonas boscosas que mantienen el carácter místico, al igual que los afluentes del río generador de la ciudad, que la atraviesan, que en muchas ocasiones son embovedados, creando espacios insalubres.

Por otro lado aparece el concepto de la “calle construida” con el proyecto del Sewon Sangga, un macro proyecto de un kilómetro de largo, que aparece como una cicatriz en el entramado de la ciudad, una línea introducida en medio de uno de estos barrios marginales que promete albergar industria y comercio, con fin de enaltecer esta zona.

El resultado no puede ser más desastroso, y tras continuos abandonos de las diferentes empresas que se instalan, el edificio queda más bien como un hito marginal dentro de un barrio aún más marginal, donde se instalan algunos artesanos, y que en ciertos puntos se introducen empresas de media gama, tanto de industria como servicios.

Este resultado es escuchado desde el gobierno central de la ciudad, de modo que se abre a concurso un proyecto para conseguir responder a esta problemática, de un modo más o menos tajante.

El proyecto ganador plantea destruir el barrio perimetral, donde se introducen grandes rascacielos, y que la cicatriz se mantenga en cierto modo, al introducir un parque longitudinal. Pese a las muchas críticas que recibe el proyecto, comienza a llevarse a cabo, derribando el primer tramo de la zona norte del conjunto, parando ahí debido a la falta de recursos.

El planteamiento de un espacio público que se genera en esta zona de una forma casi natural comienza a responder de una forma mucho más sensible al problema en conjunto con el entorno. Se desarrolla en primer lugar un pequeño huerto urbano, y poco a poco se comienza a disertar sobre cómo se podría comprender un nuevo proyecto a partir de esta nueva faceta, tal y como se realizó en el Work Shop conjunto entre Granada y la SKK de Seúl.

En conclusión, un intento de colonización urbana de un determinado modo, ha terminado por crear un estandarte casi, propio del barrio, que se adapta a él del modo más versátil que puede, constituyendo no sólo una lanzadera hacia el comercio más allá del mundo artesanal, sino un punto de unión entre este Seúl y el Seúl occidentalizado.