Sin quererlo, pienso en ciudades que he recorrido, intentando desenmarañar su condición, si se tratan de semiretículos o de árboles.

Pienso en Granada principalmente, y en cómo se desarrolla la ciudad. Por ejemplo, en la manera en la que la Universidad se funde en la trama urbana. Siempre me han parecido algo extraño esos enormes campus a las fueras de las ciudades, desconectadas, de no ser por una línea de cercanías que te deja una o dos paradas. Y es más, no sólo están desconectadas de la ciudad, si no que en ocasiones aun dentro de ellas, resulta muy difícil moverse de un edificio a otro.

Me gusta cuando una biblioteca está llena, moverme andando a otra facultad o escuela en la que refugiarme en época de exámenes. Me gusta ver a los estudiantes saliendo de clase en Severo Ochoa, o en la Plaza de Derecho. Me gusta cuando se produce esa mezcla de tiempos: universidad y vida urbana, juventud y multitud.

Creo que si algo nos hace valorar Alexander es el proceso. El tiempo que toman las cosas para llegar a ser lo que son. Las ciudades son un proceso, o de lo contrario se convierten en esos árboles que critica en su libro. En meras asociaciones lineales, jerarquizadas, que no dan lugar al choque y la riqueza surgida de la diversidad.

¿Puede haber algo más interesante que un edificio que albergue muchos tipos de usos? Un edificio que sea a un mismo tiempo comercio, oficina, vivienda, sala de exposiciones, parada de transporte público… en esa diversidad, es inevitable que ocurran “cosas”. Impone una condición de posibilidad. Y creo que en una ciudad deben ocurrir este tipo de conexiones. Funcionan por esa condición de necesidad.

Ese proceso tan necesario para la formación de la ciudad, del urbanismo, de la arquitectura, a gran escala nos lleva pensar en lo sutil. En que un pequeño cambio, por contaminación con otros crea un verdadero semiretículo. En que la universidad no es un lote que se imposta en un entorno, sino un sistema que se entrelaza con el lugar.