El arquitecto ha sido desde siempre una figura central en el desarrollo de las ciudades, un experto en el arte de hacer. El oficio del arquitecto es el de una persona atenta a las necesidades y las necesidades del tiempo en que vive, una tarea importante y considerado un tiempo indispensable también en el plano social y cultural para el crecimiento de un centro urbano. A él había confiado el diseño de la ciudad y su posible desarrollo, gracias también a específicos instrumentos técnicos que con el tiempo se están especializados y adaptados a los nuevos escenarios. Hoy en día algunos instrumentos lamentablemente pueden mostrarse incapaces de mantener el ritmo de los acontecimientos y en consecuencia de gestionar el control de la ciudad, no más vinculada a un simple desarrollo y expansión  en una dirección más bien que en otra, pero influida por un gran número de factores externos y diferentes, por el carácter económico, social y cultural. En mi opinión, en este escenario el arquitecto deberá ser capaz de dibujar espacios de calidad, simples o complejas, pero sobre todo de informe. El concepto de "informe" está a la base de nuestra existencia, nuestra vida misma es un sistema continuo de relaciones y de experiencias, un sistema complejo y sobre todo muy variado y heterogéneo, precisamente como una ciudad, una entidad compleja que necesita ser gestionada y gobernada. Es precisamente esta complejidad que llama el arquitecto, sobre todo hoy a tomar conciencia de sus potencialidades, una figura capaz de mediar entre los distintos ámbitos disciplinarias que pueden intervenir en el desarrollo del territorio y que sea capaz de dar una respuesta concreta práctica y actual las necesidades de su comunidad.