Cuando se desarrolla un proyecto de escala menor, ya sea una vivienda o un pequeño bloque de viviendas, se deben asumir las consecuencias que generan las ideas que se van a realizar.

De hecho estas consecuencias deben formar parte del proceso de diseño, buscando un impacto positivo en las personas que van a desarrollar su vida sobre lo que uno construye. Sin embargo, en edificaciones de este tipo, este impacto suele estar limitado. El área de influencia de una vivienda podría reducirse a la calle que la ocupa y poco más.

Desde el comienzo de los estudios de arquitectura, uno analiza previamente al proceso de diseño del edificio su entorno más cercano, y evalúa la influencia de éste y viceversa. Pero lo normal es no ir más allá. Cuando se afronta la asignatura de Urbanismo, sigue existiendo un proyecto, pero los límites se difuminan.

La influencia que genera una intervención urbana puede modificar la idea que se tiene de una ciudad entera. Las consecuencias se disparan. La ciudad funciona como un organismo vivo y la alteración de los órganos que la componen puede desembocar en el peor de los colapsos.

Ya no se trata de elementos aislados que funcionan de manera independiente. Todo está conectado, y las repercusiones tienen que ser estudiadas de manera global. Quizá esta manera de afrontar el proyecto de urbanismo sea lo que genera mayor dificultad.

También hay que enfrentarse a problemas colectivos. Buscar soluciones que satisfagan al mayor número de usuarios posible, sabiendo imponerse sobre intereses personales que desvirtúan la evolución de la ciudad.

A lo largo de la asignatura uno puede aprender a trabajar sin cerrar el círculo, planteando ideas que generen ideas. Pero sobre todo, lo más importante, es que comienzan a surgir nuevas preguntas. El propio concepto de ciudad entra en crisis. El lado positivo: las puertas se abren un poco más y el peso de lo que se carga en la mochila para ser utilizado posteriormente aumenta.