Sería injusto no reconocer la figura no del urbanista en sí, si no de las personas que hacen ciudad. Desde siempre el hombre ha usado la arquitectura (incluso en las cuevas) para que esta le sirva de apoyo a sus quehaceres diarios.
Todo poco a poco, hasta que según el artículo esta figura colapsa y tiene que desaparecer como una única persona para convertirse en decisiones colegiadas por varios miembros, pues como arroja el artículo en el MOMO se produce el colapso total con “el narcisismo colectivo de la burbuja demográfica” donde se promovía una ciudad a largo plazo, es decir una ciudad para los ciudadanos sin estos mismos.
Bajo mi punto de vista este articulo está muy en consonancia con mi visión de esta profesión (la de arquitecto, claro) que en ese afán de mostrar arquitectura no ha sabido relacionarla con su entorno, y solo podemos ver proyectos un tanto confusos para algunas ciudades sin nada de relación. Es más un narcisismo de la profesión que la subversión y el carácter de servir a la comunidad que bajo mi punto de vista es esta profesión.
Pienso que ahora la labor del arquitecto es arreglar el “desaguisado” que otros dejaron en su nombre, pensando no solo en la ciudad, si no en los ciudadanos. Adaptando en la medida de lo posible el “caos” originado.
La colegiación para la toma de decisiones por parte de profesionales creo, que debe de pasar por el pueblo. Pues el pueblo es soberano y siempre aportara una visión menos técnica y más humana que el equipo de trabajo. Esta idea es un poco ambigua y deja una puerta abierta a la participación ciudadana de forma más activa en la vida diaria de su ciudad, sin esperar tanta burocracia inútil, en algunas ocasiones, y más humanidad.