Los ejes se pueden entender de una forma clásica o tradicional y de una más reciente o actual:

Anteriormente encontrábamos los ejes como líneas de fuerza, arquitecturas de enlaces entre partes de la  ciudad, trazas ortogonales que se desdoblaban en sistemas de paralelas y trazas diagonales.

Recientemente, los definimos como líneas que a través de la visibilidad dibujan la tensión de lo habitado con el entorno, cicatrices de un pasado que han mantenido el valor singular de capilaridad, canales de tráfico, relación entre forma y arquitectura.

Las ciudades de trazado moderno optan en su mayoría por trazas reticulares que no tienen en cuenta la topografía y que por tanto son carentes de interés, que en definitiva solo se preocupan por la funcionalidad del automóvil. Un ejemplo cercano es lo que ocurre en calles que en un pasado fueron  principales como Calle Elvira en Granada, la cual ha quedado como trasera tras la inserción del enorme eje rectilíneo de Gran Vía.

Es por esto último por lo que, desde mi punto de vista, los ejes actuales en la ciudad deben aportar centralidad urbana para no apartar a la población de la periferia, de modo que no solo se atienda a la movilidad,  sino también a la visibilidad teniendo en cuenta el acceso a la arquitectura, las rasantes y las transversales.