El gran problema que plantea Ascher es la inevitable tensión existente entre coexistencia de funciones y usuarios de la calle, algo que siempre ha estado presente a lo largo de la historia pero que hoy en día, quizás por la propia evolución de las sociedades y la cultura urbana generada, se agudiza.

La calle moderna se intenta concebir en el contexto de cambio de escala de las aglomeraciones y el crecimiento de las movilidades junto con la evolución de los sistemas de transporte; en base a ello se intentan elaborar soluciones para especializar funciones en el espacio, que van a afectar de forma directa a la propia concepción de la ciudad, soluciones que no solamente inciden sobre espacios nuevos, sino que también opera sobre el propio corazón de los barrios antiguos o históricos.

Cuando Ascher en un apartado de su exposición habla de “la crisis de la dominación del modelo funcional de calles”, con referencias concretas a los nuevos modelos de transporte o la especialización del comercio, me ha llamado poderosamente la atención cuando se refiere al “retorno de un imaginario urbano en el cual la urbanidad –adecuación de un lugar y de sus usos- tiende a la mezcla, a la variedad, a lo inesperado …”; y, más adelante, cuando analiza la compleja planificación urbana sometida a poderes legítimos –democracia local- que hacen que la calle sea objeto cada vez más de debate y, a veces, hasta de graves conflictos. Un claro ejemplo lo tenemos en la presión vecinal ejercida en el barrio de Gamonal de la ciudad de Burgos, que ha conseguido incluso suspender la ejecución de las obras del bulevar que estaban ya adjudicadas.

Esta claro que a estas alturas no podemos hablar de sistemas o modelos puros de aplicación, ni de soluciones “estándar”; y también resulta evidente que en este aspecto a la hora de tomar decisiones resulta inevitable llevar a cabo previamente una buena  gestión del entorno a través de información y negociación, buscando siempre el mayor consenso posible entre todos los actores implicados.