Las palabras arquitectura y ciudad deben empezar a entenderse de la misma forma.

El arquitecto tiene que construir para la ciudad, tiene que reflexionarla, conocerla, entender que es única y aprender a ver esas diferencias que tiene con el resto de las ciudades. Cada intervención que se haga en la ciudad tiene que sacar partido de esas diferencias o si son carencias, limarlas y ocultarlas.

No se puede construir sin premeditación, hay que pensar donde se construye, aprovechar las características que tiene la ciudad y el emplazamiento en contreto. No se puede proyectar sin premeditación, las intervenciones que se hagan en la ciudad tienen que enriquecerla, solucionar problemas concretos y no buscar el beneficio propio. No se puede entender la ciudad sin pasearla: Nunca nadie sabrá mejor lo que necesita la ciudad que el propio ciudadano. Esto no quiere decir que el ciudadano tenga siempre la razón, pero hay que saber que la labor del arquitecto es la de servir a la sociedad. Es por eso que la arquitectura no debería de quedarse solo en los arquitectos, tiene que inculcarse al resto de las personas, empezando desde la niñez. Si al ciudadano se le educa el ojo a la arquitectura, las nuevas intervenciones serán mejor comprendidas y aceptadas (siempre que sean defendibles).

Por último, decir que aunque la labor del arquitecto sea la de servir a la ciudad, la ciudad no puede ser sin arquitectos, ya que estos son los que de verdad se preocupan en entenderla, la cuidan y los que trabajan para que sea cómoda y única. Cualquier arquitecto que no entienda así su trabajo y caiga en las solución rápida de la construcción tipológica sin ninguna conexión con el lugar deberá dejar de llamarse como tal.