Siempre he entendido el urbanismo como la herramienta clave que ejecutaba una de las potencias más ilusionantes y bellas de la arquitectura: la capacidad de producir una mejora real en la vida de las personas. Propiedad de la arquitectura tantas veces aclamada y tan poco percibida.

Desgraciadamente para esta utopía, he llegado a comprender con este inicio en el urbanismo, la dificultad que esta tarea exige, la cantidad de factores externos que la imposibilitan y realidad temporal que convierte los sueños en nihilismo.

El papel del arquitecto o del urbanista es un simple ejecutor de los dictados de su contexto socioeconómico, lo cual imposibilita por definición la aparición de nuevos sistemas urbanos transgresores. Solo en situaciones realmente excepcionales puede ocurrir algo parecido. Tengo entendido que el Plan Cerdá para Barcelona rozó alguna de estas expectativas y su perduración en el tiempo lo confirma.

Centrándome ahora en la experiencia de este cuatrimestre, es destacable el mareo generalizado que hemos sufrido al enfrentarnos repentinamente a un nuevo código de hacer arquitectura. Muy felizmente, creo que hemos conseguido entender y apropiarnos de este nuevo lenguaje.

Para finalizar debo agradecer que hayamos tenido que pasar por el mal trago del trabajo en los grupos inmensos para la maqueta y el intento fallido del Planning For Fun. Tareas muy laboriosas, conflictivas y machacadoras animicamente que, una vez con perspectiva, la valoro como un aprendizaje realmente útil para el futuro mundo laborar al que nos vamos a enfrentar, en teoría.