Ser arquitecto implica una conexión profesional y emocional con la ciudad en la que se va a trabajar. Primero ha de sentirla, vivirla, conocerla hasta saber cuáles son sus puntos fuertes y débiles, cuáles sus necesidades y de ellas, aquellas que no estén cubiertas desde el punto de vista arquitectónico, deberán ser trabajadas por él. Cumplir con las expectativas de la personas que habitan la ciudad, hacer su vida más cómoda creando una  villa en consonancia con el ritmo de vida de los habitantes. Pero no sólo el pragmatismo habrá de ser el objetivo único del arquitecto, la belleza, el arte, la apariencia exterior de la creación hablará por sí sola; viviendas, edificios, parques, deberán ser parte de un todo y no entes aislados sin conexión alguna entre ellos.

El entorno jugará un papel primordial en la vida del profesional. La mimetización del trabajo con la naturaleza, el respeto al medio ambiente, el desarrollo sostenible son hoy conceptos reconocidos y buscados por el ciudadano. Espacios verdes, urbanizaciones abiertas en ciudades donde el ruido, la contaminación y las aglomeraciones pasan a ser parte del transcurrir diario de las personas.

Instalaciones que permitan un ahorro energético aprovechando las nuevas fuentes de energía así como fomentar la adaptabilidad, dirigir el proyecto al más que probable cambio que sufrirá con el paso de los años. Proyectar al futuro eso que ahora está aún por nacer huyendo de las modas efímeras y buscando la permanencia. 

Pragmatismo, sostenibilidad, simetría y belleza son para mí, los tres pilares básicos con los que un arquitecto deberá convivir a lo largo de toda su creación.