Nuevamente me encuentro con Kevin Lynch en este artículo (el cual ya tuvo su gran papel en la asignatura de Análisis de las Formas).

En este texto, el autor baila con la ambivalencia de los extremos a la hora de diseñar un espacio urbano a diferentes escalas, así como critica los puntos negativos de ambas tendencias.

Comienza hablando de la extrema ordenación urbana en ciudades contemporáneas, declarando que muchas son aburridas, monótonas y simplemente feas. Todos hemos escuchado de alguien el comentario de que las grandes ciudades son tal que así, ya sea por su exegerada geometricidad, repetición de edificios y escasez de rotura de pautas. Las mismas personas son las que acostumbran a decir que una población que crezca de manera natural, orgánica (me atrevo a decir hasta pintoresca), les resulta mucho más agradable para recorrer y vivir.

Cierto es que se percibe claramente el origen y la historia de una ciudad simplemente observando su traza y topografía, en especial las zonas o sectores que más siglos arrastran. Pero cuando una ciudad o parte de ella es reciente suele someterse a un orden más o menos estricto, aprovechando el suelo al máximo y siguiendo unos planes estrictamente modulados. El problema en estas ordenaciones viene cuando no se han plantedo o resuelto correctamente los objetivos hacia el ciudadano y originando ciudades repetitivas, poco amables y realmente aburridas.

Yo opino que la clave del no-aburrimiento es la variedad. Y la variedad no tiene por qué carecer de orden. Muchas ciudades construidas siguiendo una perfecta retícula ortogonal son criticadas, quizás no porque no funcionen, sino porque simplemente no causan una buena experiencia en el ciudadano a largo plazo.

Pienso que hoy una ciudad tiene que seguir un orden lógico pero no muy estricto, permitirse los lujos de quebrar esos ritmos de repletas parcelas poligonales para generar lugares interesantes para el ciudadano y optar por decisiones de mayor fluidez e importancia para sus habitantes.