En el texto se aborda el problema de la turistificación de Oporto, como un mecanismo artificial, que desgaja la ciudad de sus orígenes, tanto de sus habitantes como de sus costumbres. Y al mismo tiempo encauza toda la economía al turismo sobreexplotado y vendido como un producto, perdiéndose también la natural evolución de la ciudad. Esto se resume perfectamente en las palabras de Rio Fernandes, “La pérdida de características de los barrios históricos y su disneyficación destruyen precisamente su autenticidad, su memoria y la identidad de sus comunidades, condiciones que son las que constituyen el atractivo turístico”.
La consecuencia, no existen oportunidades para las nuevas generaciones, ni para las nuevas formas de habitar o residir en la ciudad. A primera vista, el problema puede resultar más de ámbito político y económico que arquitectónico. En primera instancia, se deberían tomar medidas para potenciar la capacidad de residir de gente joven, tanto extranjeros como las nuevas generaciones, descendientes de las propia población original de Oporto. Por ejemplo en Francia y diversos lugares de Europa existen ayudas para las residencias de estudiantes, o políticas que protegen la vivienda original y a sus dueños y habitadores legítimos, por encima de los turistas.
La forma de abordar el problema arquitectonicamente sigue una línea similar a las anteriores: creación o potenciación de espacios especialmente pensados para estos colectivos. Una forma de hacer ciudad dedicada a la convivencia y a la residencia de sus gentes, y no tanto a los locales de ocio turístico o la vivienda de apartamentos y población flotante. Se puede resumir de nuevo con la frase de Fernandes: "Todo podría haber resultado diferente si la ciudad estuviese orientada a recibir turistas pero sin ser de los turistas".