Hay decisiones que marcan el destino de muchas vidas, ya sea de una forma positiva o negativa; eso es lo que ocurrió con las ideas de modernidad introducidas en las ciudades tras la Revolución Industrial. Se creyó imprescindible mejorar la fluidez del desplazamiento, crear grandes edificios que pudieran resultar rentables y acoger a muchas personas y llenar los intersticios de algunas zonas verdes o desarrollar modelos residenciales que tenían gran superficie ajardinada privada pero escasos espacios públicos.

Todo esto, en el papel parecía dar buen resultado, sin embargo, los planes urbanísticos desarrollados por el Movimiento Moderno fueron un fracaso total, no eran capaces de impulsar las relaciones humanas sino que más bien fomentaban el aislamiento y la soledad social. Jan Gehl fue el primero en iniciar una senda de análisis de la forma de vivir en ciudades llenas de vida, descubriendo que la variedad de espacios y el impulso de áreas peatonales marcaban la diferencia.

Son cada vez más los movimientos sociales que demandan una paticipación activa en los asuntos urbanos, pidiendo que se les escuche. Los arquitectos nos hemos dado cuenta demasiado tarde que la complejidad de la vida urbana no puede resolverla una única persona en un 'plan maestro', debemos saber escuchar y encauzar demandas colectivas que permitan recuperar la humanidad en las ciudades, alejándonos de la máquina y acercándonos al alma humana.