¿Qué puede aportar el arquitecto en la ciudad ahora?
Ser arquitecto en nuestro tiempo se ha convertido en tarea harto difícil, pero, sencillamente porque a veces el arquitecto parece hablar un idioma diferente al no-arquitecto. Algo que acaba generando problemas de comprensión.
Esta dicotomía aumenta de escala análogamente al aumento del objeto arquitectónico, parece por tanto más que plausible que es grande la dificultad del trabajo del urbanista.
¿Qué puede aportar entonces? ¿Cuál es su propuesta de ciudad? Grandes maestros han elaborado planes utópicos, tan contrarios entre sí como la ciudad dispersa de Frank Lloyd Wright, Broadacre City, o la Villa Radiante, de Le Corbusier, como ciudad compacta.
Rastreamos muchas ideas en estas propuestas, sin embargo, no podemos olvidar que, aunque creadas por la mano humana, las ciudades no dejan de pertenecer al medio natural, al que se acoplan y que las acepta.
¿Cuál debe ser, por tanto, la aportación del arquitecto? Las soluciones no deben ser de la radicalidad de Wright o Le Corbusier, esto es, planteemos la ciudad como una pieza más del mundo; ¿tan diferente es la “ciudad humana” de la “ciudad natural”? ¿No vemos que estamos rodeados de complejos entornos biológicos plagados de organismos vivos?
Una ciudad puede entenderse como una agrupación de seres humanos con mayor o menor relación directa entre ellos que eligen un espacio común para desarrollar sus vidas. ¿No es un bosque una agrupación de seres vivos, también con relaciones de dependencia unos de otros, que comparten un espacio?
La labor del arquitecto debe hundir sus cimientos en restablecer los lazos humanos con el medio natural. Vemos edificios de viviendas llenos de personas de diferentes tipos. Vemos en el bosque árboles llenos de animales desde ardillas y búhos a una colonia de abejas. Grupos de seres que interaccionan entre sí.
Vemos en la ciudad natural cómo un río o mar se convierte en el centro de la vida, algo no muy diferente de la ciudad humana.
Vemos como hay árboles de gran altura y también pequeños arbustos que esocnden vida, al igual que las viviendas pasan por el rascacielos o el módulo unifamiliar.
Aún más, ¿no vemos como el conejo persigue frutos, el lobo persigue al conejo e incluso el águila acaba cazando lobos? Unos beben de los otros, de otra forma pero con objetivos similares el panadero busca al abogado, el abogado al médico y el médico después buscará al panadero. El ciclo natural continúa, manteniendo las interacciones entre seres.
Las analogías son infinitas. Es por tanto labor del arquitecto entender la ciudad como una parte más de la naturaleza. Esto implica varias consecuencias: la ciudad natural no es homogénea, sino que se va adaptando a los diferentes estratos, acoge tantas tipologías como sus usuarios demanden, evoluciona con el tiempo y cambia de generaciones, pero no destruye lo anterior, sino que le da cabida.
Las ciudades deben ser así, libres, pero siguiendo las leyes naturales, con funcionamientos adaptados, respetando los diferentes flujos, que mezclen diferentes tipologías y estratos que dialoguen entre sí. En definitiva, el arquitecto urbanista debe ser más arquitecto del no-hacer que del hacer, más que invadir las ciudades con nuevos master planes, debe buscar el funcionamiento de la ciudad en constante cambio.