La reflexión de Koolhaas sobre este importante interrogante termina abriendo uno nuevo que dice: “¿y si sencillamente declaramos que no hay crisis alguna y redefinimos nuestra relación con la ciudad no como sus hacedores sino como simples sujetos colaboradores?”

Es cierto que la ciudad es nuestro mar, nuestra orilla, nuestra playa. No podemos simplemente dejar que las olas borren los castillos de arena que hemos construido en ella. Nos guste o no, es lo que tenemos. Y nuestra tarea es aceptarlo, ser conscientes del caos y del fracaso que hemos creado en estos últimos veinte años.

Como bien dice el autor en este texto hemos dado forma a una “magia que no funciona”. La repetición de más y más arquitectura sin fundamento, que deja de reflexionar sobre la influencia que ella misma tiene en el urbanismo y, como consecuencia, en los urbanistas.

Si suponemos que la misión de la mejora de la ciudad de hoy en día es, tanto para arquitectos como para urbanistas, llevar a cabo su evolución en el tiempo, el incremento y la modificación de la ciudad, no como hasta ahora, su reinvención, podremos empezar a trabajar juntos. Podremos unir los conocimientos de estas dos proezas y hacer de la ciudad un refugio totalmente alejado de la “seguridad parasitaria de la arquitectura”.

Como bien dice el autor, “no somos responsables, seamos entonces irresponsables”. Aceptemos lo que hemos creado hasta ahora, intentando crear una línea de reforma entre la arquitectura y el urbanismo, uniendo las dos artes, ya que sin ellos la ciudad no existe, no es nada, desaparece.

Nuestra misión es no dejar que el caos nos inunde. Nunca debemos conformarnos con algo que no funciona. Dejemos atrás el pasado y enfrentémonos al futuro.

No seamos coherentes y pidamos lo imposible. La ciudad está llena de imposibilidades.