En los últimos tiempos, Tallinn se ha acostumbrado a aprovechar la tregua estival para celebrar festivales de muy diversa índole que promueven la interacción social y atraen a visitantes. En otoño de 2010 se decidió organizar uno denominado LIFT11 y enmarcado en la capitalidad europea de la cultura, que la ciudad debía acoger al año siguiente. El festival quería superar los recelos suscitados por los monumentos públicos en una ciudad étnicamente dividida y de historia controvertida mediante  instalaciones efímeras desplegadas por todo el tejido urbano, sin ubicación exacta de las intervenciones, ya que la elección del lugar y el  diálogo con él formaban parte del reto. Surgieron once intervenciones urbanas diferentes.

Cuatro de las propuestas se sitúan cercanas a la costa y al casco histórico

«El muelle», recubrió los pedazos de un embarcadero de hormigón completamente troceado con tarimas de madera  y las hacían aptas para echarse junto al agua.

 «Kalarand» («Playa de los pescadores») habilitó para el baño una franja costera mediante la disposición de tarimas, vestuarios, bancos y cubos de basura. 

 «En el mar», plantó una serie de plataformas en un edificio abandonado (que además corta la vista al mar) ofreciendo formidables miradores sobre el mar Báltico.

«Carillón», quiso atraer a visitantes a dicho edificio colgando en el techo del pasaje que cruza el subsuelo una red de pescar llena de campanillas. 

Tres propuestas se llevan a cabo en el casco histórico

«O», era una bola neumática negra, de unos tres metros de diámetro, que rodaba por todo el barrio, taponando calles para provocar la extrañeza y la interacción de los peatones.

«Tütarlaps kloaagis» («Chica en la alcantarilla»). una misteriosa escultura emergía de una alcantarilla; «Audio-Tour» ofrecía información sobre los edificios más relevantes.

Las cuatro intervenciones restantes se localizaban en la periferia

Los «Detectores» trataban de dar monumentalidad a la cotidianidad que representan dos vecinos; «Soodevahe» regenera un espacio de chabolas cualificandolas y organizdo excursiones para darlas a conocer;  «Colección de adhesivos Queer» permite a los habitantes personalizar el espacio; «Sendero en el bosque», plantea una pasarela de noventa y cinco metros de recorrido que se soportaban sobre un tubo de acero curvado que apoyado tangencialmente en los troncos de los árboles, de modo que la ausencia de cualquier estructura vertical le otorgaba un aire de ingravidez.

Las instalaciones efímeras del LIFT 11 proyectaban miradas extraordinarias sobre cosas ordinarias. El festival logró así que muchos ciudadanos visitaran ligares ignotos, olvidados o simplemente desapercibidos y que vieran el espacio urbano desde perspectivas frescas y renovadas.