Son tantos los proyectos urbanos y de arquitectura que surgen día tras día a nuestro alrededor que las ideas que se intentan forjar en unos estudios  universitarios como los que cursamos son a veces difíciles de visualizar. Quizá me haya dejado llevar por la expresión, cierto es que últimamente no hay tantos proyectos, pero los pocos que consiguen materializarse no terminan de llegar a las expectativas deseadas.

Con unos simples retoques de una zona que ha quedado abandonada, copiando un modelo de avenida que funciona en otro lugar o atendiendo a las tendencias del momento en mobiliario que reorganicen una plaza o similar pretenden hacernos creer que ha surgido un nuevo espacio público cualificado, cuando en realidad no deja de ser el mero espacio político con adornos aquí y allá.

Cierto es que hay distintas finalidades a la hora de proyectar: con el fin de ordenar las calles, colectivizar el espacio público, inventar nuevos sistemas de integración… El espacio público como estructura conjunta de las diferentes calles y plazas es el sustrato esencial de la convivencia, pero a veces se limitan al diseño específico de la parcela sin tener en cuenta lo demás. En el fondo son casi todos proyectos de repavimentación; de sustitución de la piel urbana, que al finalizarse de una manera aceptable generan la satisfacción de cuantos lo van a utilizar.

Y en cierta medida no son malos proyectos los que a ello se limitan. Hay ocasiones en las que el espacio no necesita nada más. Pero por muy poco que se haga cualquier modificación deberá atender a unos mínimos principios urbanizadores que complementen las ideas generadas, que a fin de cuentas no quedarán en otra cosa que eso; nuevos espacios urbanos.

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