Tenemos ante nosotros una peligrosa fiebre que se ha adueñado de todos nuestros “espacios públicos”. Manuel de Solà-Morales define esta fiebre como el “show room” donde se muestran ingentes cantidades de proyectos urbanos en los que el espacio, muchas veces se ve como un vacío en el que proyectar y ensayar con planos geométricos, formas imposibles o donde jugar con pavimentos y farolas, dependiendo todo ello de la iniciativa del político de turno o del ego personal del proyectista.

            A su vez, define 4 tipo de actuaciones: las funcionales, las técnicas, las de valor político y las de valor artístico, anotando que a la hora de generar un espacio público, puede que se tengan en cuenta circunstancias tales como ordenar de manera acertada, expresar cualidades paisajísticas o utilitarias sin que ellos conlleve una urbanidad. Para él un buen espacio público es aquel espacio que no se prepara como una habitación donde el ciudadano realiza una actividad concreta, si no que se espera a que sea el ciudadano con alguna actividad el que lo llene de sentido. Y para ello, el que un espacio no este acotado, que se diluya en la ciudad, que mira a la ciudad y no la ciudad mire a él, es una característica fundamental.

            Como futuro proyectista cada vez que me encuentro ante un espacio urbano que se cree que necesita una intervención siempre me planteo qué está mal, qué habría que cambiar. Quizá esto sea lo fácil, lo complicado muchas veces es saber cómo llevarlo a cabo. Muchas veces tienes la sensación de que lo que estás haciendo, aún solucionando el problema que se te plantea, podría hacerse de millones de formas distintas y que solo depende de cómo tú lo quieras plantear o afrontar. A veces me gustaría que estas actuaciones estuviesen más regladas, como el hecho de hacer un edificio, ya que estas limitaciones encauzan la intervención. He ahí la dificultad de actuar en un espacio urbano, y sobre todo, hacerlo bien, porque depende de muchos factores que quizás no controlamos al 100%.

             Está claro que si vamos a intervenir en un espacio urbano tenemos que tener muy claro que ese espacio realmente no funciona, no genera lo que se quiere, porque si no, al final se producen esas ordenaciones y cambios de pieles banales que no aportan nada de urbanidad. Y creo que ese es el gran problema y el debate, porque si un lugar, realmente necesita de una intervención que genere nuevas relaciones, probablemente la actuación, de una manera u otra lo va a conseguir.