Parece que el espacio público se ha convertido en el comodín de todo urbanista para rellenar cualquier espacio blanco que no se sabe muy bien cómo resolverse. Unos usan los regeneran espacios ya existentes, otros se centran en la introducción de nuevos espacios donde plasman proyectos cada cual más raro al anterior sin sentido alguno.
Es como usar dos palabras mágicas para dejarte más tranquilo a ti mismo pensando que has generado un espacio de calidad insuperable.
Y es que si aceptamos la corriente de pensamiento que viene desde 1992 de que espacio público es todo aquello que conlleva una condición colectiva y por tanto tiene como efecto la urbanidad TODO se convierte en espacio público ya que todo tiene un uso colectivo en cierta medida.
¿cuál es el problema entonces?
El problema es el concepto de que cuanto más “público” es un proyecto, más valorado es. Creamos escenarios donde las personas deben compartir su espacio de forma casi obligada, algo así como un “show room”. Parece que todo debe ser compartido, todo debe ser público y no hay opción a otra cosa. En este show room el arquitecto debe impresionar de forma obligada, un campo en blanco como lucimiento personal del proyectista.
Estos espacios públicos se tratan como elementos interminables de pequeños puntos sobre la ciudad y que crean una red que nunca se cierra ni termina, un modelo de ciudad sin perímetros.
Así, se hacen esfuerzos desmesurados por urbanizar estos espacios sin terminar de conseguirlo del todo. Plazas, rondas, etc. crean espacios circulatorios en sí mismos, que no pueden entenderse como espacio urbano. La falta de relaciones con la ciudad contigua y el carácter homogéneos reducen la urbanidad convertidas en canales simplemente mecánicos.
Es por ello que es necesario repensar el espacio público como espacio más limitado en su concepto y donde no es necesario el sobreesfuerzo por urbanizar este espacio.