Muchas veces se piensa en el entorno como un auxiliar del proyecto que se quiere hacer, se plantea un edificio y después se intenta adaptar el terreno, sin tener en cuenta ni a las personas que va dirigido el proyecto ni el espacio que se va a ocupar. Se debe preguntar y debatir con el cliente, pues es él quien va a disfrutar o padecer la nueva propuesta.

El sitio no es un mero espacio físico, sino el conjunto de actividades socioculturales que se dan en él. El sitio es un ente vivo susceptible de ser mejorado siempre a través del conocimiento de éste, aprendiendo de él y atendiendo a las tradiciones y cultura de la gente que lo habita. No es tanto una mejora cuantitativa lo que se necesita, sino cualitativa, ha de considerarse qué hay de interés en el entorno y cuestionarse hasta qué punto es necesario intervenir, no es tanto la respuesta, sino la pregunta. Así el nivel de empatía que se alcance con el lugar determinará la sensibilidad y el acierto de cualquier intervención que se proponga.