Con los grandes planes de remodelación de las ciudades que se llevaron a cabo tras los grandes éxodos rurales a consecuencia de la revolución industrial, dimos la ciudad como finalizada, completa, como algo que ya debía seguir creciendo sin ningún tipo de planificación más.

Con los años, ese pensamiento, nos ha convertido en profesionales de la arquitectura individual, diseñando edificios que funcionan, pero que funcionan solo de puertas hacia dentro,  alejados del entorno, alejados de las necesidades de la ciudad, alejados de la sociedad como algo colectivo, en definitiva, alejados del urbanismo.

Siendo el urbanismo uno de los pilares fundamentales de nuestra profesión no cabe de otra que otorgarle su lugar en nuestras prioridades, no teniendo que modificar completamente la trama de la ciudad para ello, pero sí adaptándola a nuestro tiempo y dejando a un lado esos principios que funcionaban el siglo pasado.

Vivimos en una época donde la arquitectura progresa con más lentitud que la tecnología, y tal vez, deberíamos plantearnos que la tecnología modifica enormemente la forma de vida del usuario para el que nosotros trabajamos, dentro y fuera de su casa, abarcando tanto arquitectura individual como urbanismo.

Un gran ejemplo de arquitectura que modifica el urbanismo de la ciudad desde su individualismo es el Seagram Building de Manhattan, donde Mies Van Der Rohe nos enseña que no tenemos que tener el control total de la ciudad para mejorarla.