La geometría de los ejes en las ciudades, gran intento de visualización y adaptación a los tiempos modernos por parte de los urbanistas que introdujeron este tipo de metrópoli. Gracias a su dirección rectilínea y sus dimensiones planificadas, el tráfico rodado parece fluir, consiguiendo la velocidad del ritmo de este tiempo que vivimos impuesto por la evolución desenfrenada de la tecnología.

Una geometría que para existir tuvo que destruir, en numerosos casos, historia y vidas, haciendo de la calle algo impersonal, algo repetitivo, algo que deja de sorprendernos, algo que por tanto, hace que deambulemos dentro de una trama que determina el dominio ordenado del hombre sobre el territorio.

He aquí mi gran contradicción.

Por un lado el intento de adaptarse a los tiempos que corren de las ciudades, nos hacen pensar en un tipo de planificación reticular, con cierto orden, donde el hombre pueda fluir a la misma velocidad que evoluciona la tecnología.

Por otro lado, la impersonalidad de ese mismo plan. El hecho de que nuestras vidas estén regidas por un orden en su totalidad, un hecho que nos hace visualizar el destino antes de comenzar el recorrido,  sin dejar pie a perderse por la trama de las ciudades, de sorprenderse por rincones inauditos, de elegir diferente recorrido sin poder determinar cuál será más corto para llegar al mismo destino.

En definitiva, unas ciudades geometrizadas que nos tratan como si no se nos permitiese respirar, sino que nos facilitan el camino de casa al trabajo y del trabajo a casa, que nos evoca a la productividad, y que nos hace pensar que al final lo que se vende como algo bueno para el usuario, no lo es tanto.

Hay que llegar a un punto intermedio entre la geometrización y la disposición intuitiva de antaño. Así, tal vez, el usuario también gane en calidad de vida sensitiva.