La definición de espacio público dice que es un lugar donde cualquier persona tiene el derecho a circular , en paz y armonía, pero la pregunta es: ¿Se consigue eso con el urbanismo actual?.

Manuel de Solà-Morales explica la degradación semántica de este término utilizado para cualquier ocasión de relleno, transformación o maquillaje de espacios sin edificar. Igual que cuando proyectamos una vivienda, un centro comercial, un teatro, etc pensamos tanto en el entorno (a veces para que destaque más, otras para que pase desapercibido), tenemos que trasladar eso mismo a nuestros parques, a nuestras circulaciones, a nuestras plazas. Si con una casa agradas a una familia, con una zona verde, agradas a una comunidad, habría que meditarlo más incluso.

No puede ser un parque arbitrario, no puede caber aquí y en Japón, nos merecemos espacios reflexionados que mejoren nuestro día a día porque de eso se trata. Debe ser una respuesta a la colectividad en la que vivimos.

Solá clasifica la intención proyectual en cuatro: proyectos que ordenan (que no son más que la recolocación de los elementos del espacio para una mejora maquillada), proyectos que aumentan el ámbito previo del espacio público (que básicamente tienen valor técnico), proyectos que colectivizan (cuya estrategia es hacer espacio público con ingredientes privados) y proyectos que inventan (los que tienen valor artístico porque nacen de una ocasión imprecisa).

Además aclara que "no todo espacio público, por el hecho de haberse arreglado acertadamente, conlleva urbanidad". Llegaremos a hacer un buen urbanismo cuando comprendamos los límites de un espacio. "El buen urbanismo no tiene límites o los tiene indefinidos, múltiples, oscilantes".