El arquitecto es un importante agente y pilar de las sociedades. No hay más que mirar la historia para descubrir en la arquitectura egipcia la voluntad de dominar a un pueblo, en la Grecia clásica, la búsqueda de la belleza perfecta, o en Roma, el dominio ejemplar de la técnica. Pero, hoy en día, ¿cómo puede ser un arquitecto hijo de su tiempo, al igual que estos otros?
Nuestra sociedad es la sociedad del cambio, de las fechas de caducidad, de lo efímero, de las emociones y las comunicaciones. Y, por eso, no hay mejor forma de ser útil a nuestras ciudades que ser un ciudadano, que en este caso creará una arquitectura flexible, humilde, que emocione y comunique.
En primer lugar, el arquitecto tiene que cuestionarse cómo vive él mismo los espacios que la ciudad le ofrece, cómo la experimenta, de qué forma la utiliza y qué sueña de ella. Hemos de ver la ciudad en pasado, presente y futuro, o lo que es lo mismo, Historia, cotidiano y potencia. Y, conociendo los dos primeros, se puede ser eficiente en el último. Ésta es otra responsabilidad del arquitecto para con la ciudad: conocerla. Saber a qué huelen sus calles y cómo suenan sus fuentes, dónde comprar las mejores hamburguesas o escuchar la mejor música en directo. El arquitecto tiene que poner los pies en la tierra, en la ciudad, para caminarla y descubrir que “el arquitecto que sólo es arquitecto no es arquitecto” (Louis Kahn).
Sólo el arquitecto que sabe lo que es vivir la ciudad, explotarla, disfrutarla, y sufrirla, es capaz de amarla y cuidarla.