Salvar el urbanismo no será una opción si no una obligación, una necesidad para que la ciudad no se convierta en monotonía y apatía. Naturalmente la ciudad está para vivirla, no para depender de esta como conexión con la arquitectura. A día de hoy y con una mirada al pasado, la construcción se basaba en elementos inmensos, descarados, extravagantes y como si de una obra de arte se tratasen, que no buscaban la funcionalidad ni en el interior ni en el exterior, simplemente que fueran adorados y mencionados alrededor del mundo, evadiéndose del entorno, de lo que de alguna forma “le estaba dando la vida a esta arquitectura”, desarraigándose y convirtiéndose en un elemento egoísta, que solo miraba para sí y no se responsabilizaba de seguir construyendo ciudad.

Tras una creación tan abundante, la ciudad comenzó a perder el lugar que le correspondía, hasta llegar el momento en el que ni se pensaba en ella, convirtiendo “el mundo sin urbanismo” tan mencionado en el texto, desapareciendo en cierta forma y a consecuencia de esto la profesión que conlleva.

Pero tras este boom, siempre llega un momento de calma, de recapacitar y de arreglar lo que sucedió, y comenzará una nueva vertiente de este urbanismo, donde la arquitectura antes mencionada será el tablero de trabajo, en las cuales se romperán esas fronteras tan rígidas que separaban en dos mundos la ciudad, con el fin de aunar la vida y donde la coexistencia y la convivencia entre arquitectura y urbanismo sea posible.