Todos los lugares son distintos a pesar de sus patrones comunes. A los seres humanos nos gusta pertenecer a un lugar y sentirnos parte de él.

Los barrios periféricos tan parecidos entre ellos pierden la esencia del lugar en el que se encuentran para convertirse en copias repartidas por el mundo que pudieran pertenecer a cualquier ciudad moderna sin tener identidad propia.

Los ejes son el dominio del hombre sobre el entorno natural.

El territorio, el lugar, el entorno, son elementales en la planificación de un lugar. La intervención del hombre no puede ignorar la existencia del lugar, ya que es el marco en el que se desarrolla la vida y por tanto es imprescindible tenerlo en cuenta. De otra manera nos alejamos de nuestra propia naturaleza. Nos distanciamos de nosotros mismos. Igual que ignoramos lo que tenemos delante, intentando encajar formas arbitrarias que compiten por tener presencia, dejando espacios inhóspitos en los que nadie quiere quedarse; nos distanciamos de nosotros mismos ignorando la belleza de la vida que tenemos en nuestras manos. En mi opinión la forma en que diseñamos las ciudades es una extensión de la forma en que vivimos, tan llenos de superficialidad, de imposición de ideas, de soberbia, de egocentrismo, que no escuchamos lo que nos pueden ofrecer, no lo tenemos en cuenta, y así tenemos como resultado los desastres de la ciudad moderna.

El planificador del sitio tiene el poder de reproducir la sensibilidad que tiene sobre un lugar y proyectarla sobre su diseño para que podamos recuperar la esencia de los lugares y sentirnos parte de ellos. Para ello no existe un método, como dice el texto: “... el miedo al riesgo y a críticas no deberían de frenar nuevas ideas y metodologías...”. La forma de intervenir no es una sola, tendrá validez aquella que se halla en la búsqueda de la armonía entre el lugar y el desarrollo de la vida del ser humano y de todas las especies.