Inevitablemente proyectamos la realidad que creamos en nuestro cerebro y por tanto modificamos nuestro entorno, según nuestras necesidades o deseos. El lugar en el que habitamos tiene una gran influencia sobre nosotros, lo que percibimos a nuestro alrededor establece una serie de conexiones a partir de la información que recibimos, creando nuestra percepción del mundo.

Una persona que nace y se cría en un lugar y posterioremente habita en él durante el resto de su vida, está condicionado por ese entorno. Sus costumbres, formas de pensar, de relacionarse, etc., son parte esencial de su ser. En cambio, cuantas más lugares y sociedades se conozcan, la conciencia del mundo se expande y se enriquece.

Aquellos que planifican un lugar cargan con parte de esta responsabilidad de influir en las vidas de los seres que lo habitan. No es por tanto un tema trivial que deba abordarse superficialmente.

No es fácil intervenir en una realidad en continuo cambio, ya sea por la evolución de la sociedad o del propio medio, por lo que requiere de un gran estudio. “...un conjunto de objetos y actividades...” que se ajustan a nuestra dimensión espacio-temporal además de mantener una profunda conexión entre todo.

Pienso que es fundamental esta planificación, pensar con detenimiento, entender el “espíritu del lugar”. Es un campo abierto en el que han de barajarse todas las posibilidades, dejando de lado límites establecidos. El punto de partida es irrelevante si se empieza por las necesidades del cliente o las posibilidades del lugar, si los valores en los que se basa la planificación son buenos y el objetivo final es una mejora honesta para el desarrollo del ser humano en armonía con su entorno.

Teniendo en cuenta la historia de lo que ya ha sido probado, es posible aplicar algunos aspectos que se repiten, pero de manera que respeta las condiciones únicas de cada lugar. Como dice el autor se trata de un aprendizaje continuo en el que la interacción entre las partes decidirá su validez.