La ciudad moderna ha sido pensada y proyectada para el automóvil, para el rápido traslado por grandes autovías de un punto a otro de la ciudad, y sin embargo, esto ha provocado un aumento de tráfico, una congestión de la ciudad que conlleva un gran impacto medioambiental y la deshumanización de la misma.
El ser humano, por naturaleza, tiene la necesidad de relacionarse y, por consiguiente, de tener una ciudad que favorezca las relaciones: puntos de encuentro, lugares en los que sentarse, por lo que pasear… lugares para las personas.
Una ciudad que acoge un tráfico descomunal y edificios en altura hace que el ser humano se aísle: un recorrido del ascensor al coche, del coche al trabajo, del trabajo al coche, del coche al ascensor y del ascensor a su búnker personal.
Esto no quiere decir que la manera correcta de proyectar sea la de hacer grandes urbanizaciones de viviendas unifamiliares con jardín rodeadas de amplios parques, sino que la ciudad debe ser pensada para el ser humano, para el peatón, para su habitante. El automóvil fue diseñado para la comodidad de la persona, y la ciudad para la comodidad con el automóvil, pero el exceso de comodidad ha tenido un efecto boomerang para los humanos, ha condicionado a que su vida se base en el trabajo, el estrés, la prisa… y se ha olvidado de la verdadera comodidad: la relajación, la relación con otras personas, la sensación durante un paseo… En definitiva, ha hecho que el hombre se convierta en una máquina; pues el lugar que se habita define el estilo de vida del mismo.
Todos los experimentos vistos en el vídeo para la mejora de distintas ciudades respecto a este debate, tienen un punto en común: los lugares para relacionarse, para sentarse, los carriles bici… La humanización de la ciudad. Y la respuesta de los ciudadanos siempre ha sido la correspondencia de humanizarla. Sin embargo, me ha sorprendido que la propuesta de una ciudad pensada a las personas estuviera en la mayoría de los casos ligada al ámbito comercial. En mi opinión, esto nos convierte en una sociedad capitalista, manipulada por el consumo, que nos vuelve a convertir en máquinas.