Me ha parecido acertada la comparación de ciudades naturales, en las que las relaciones se han ido produciendo de un modo fluido y espontáneo, y ciudades artificiales, más forzadas, que producen fregmentación.
Al intentar construir ciudades en las que se las relaciones vengan por sí solas y los usos se complementen, como ocurre en las ciudades antiguas, se ha llegado a la repeteción, sin reflexionar verdaderamente en por qué las ciudades naturales funcionan así.
Nuestra mente, en un acto reflejo casi inmediato, tiende a la simplificación. Al pensar en una ciudad compleja en su funcionamiento y diversidad, como ocurre con cualquier otra cosa, clasificamos la misma por usos, formas u otras cualidades. 
Esto es lo que da lugar a que la ciudad moderna esté fragmentada, el no pensar en un todo donde las relaciones, las funciones y las formas se complementen, se superpongan unas con otras, dando lugar a la variedad, la fluidez, la vida.
Cuando proyectamos una ciudad como si fuera un árbol, de forma jerarquizada donde las cosas se van clasificando y ramificando, insconcientemente hacemos que esto se plasme en la vida de los ciudadanos, dando lugar a desigualdades sociales y a la marginación, por vivir en determinados barrios, ir a determinados colegios o comprar en determinados lugares, por la separación.
Estoy de acuerdo con la crítica hacia los campus universitarios, lugares que se aíslan del resto de la ciudad como si los estudiantes no contribuyeran a la vida de la misma; al contrario de lo que ocurre con nuestra Escuela de Arquitectura que, sin embargo, se ha adaptado perfectamente en el Realejo y le ha dado vida al mismo. Pero no comparto la opinión sobre las zonas industriales. Considero que a veces es oportuno su aislamiento, por los problemas de salud que puedan conllevar por inhalación de humos o contacto con sustancias químicas y por el problema de contaminación atmosférica que suponen.