La primera idea que me ha resultado curiosa ha sido la distinción entre ciudades naturales y artificiales. En un primer momento, se podría pensar que se denomina ciudades naturales a aquellas que han aparecido sin planificación alguna, cuyo desarrollo resulta algo azaroso; mientras que el término ciudades artificiales calificaría a aquellas que han surgido siguiendo un trazado rígido.

Sin embargo, Christopher Alexander utiliza Manhattan como ejemplo de ciudad natural. Su trazado ortogonal, y manzanas iguales hacen que resulte extraño denominarla de esta forma.

Lo que verdaderamente influye a la hora de que una ciudad sea “natural” son las relaciones que se producen en ella; el trazado queda en un segundo plano, aunque, por supuesto, también contribuye.

Separar las zonas de la ciudad por usos es un recurso que, aunque busca el orden, resulta muy empobrecedor. La vida de las personas es muy compleja, por lo que las relaciones que se producen en la ciudad también deben serlo.