Tomás Moro nos describe una ciudad idealizada, una utopía de comunas diseñadas acorde al pensamiento de su fundador Utopo. En esta utopía, no existe la propiedad privada como tal, todo se comparte y las ciudades responden a un mismo modelo que únicamente varía ligeramente con la topografía. Se quiere mostrar un aire de felicidad colectiva que parece cuanto menos profundamente irreal, debido a las experiencias llevadas a cabo en la realidad. La monotonía de las ciudades, la falta de individualidad y metas propias y la dificultad para salir de la isla hacen pensar que la mayoría de sus ciudadanos a la larga acabarán siendo infelices. 

La utopía muestra de un modo indirecto el principal problema del diseño urbano de los últimos 150 años; se diseñan ciudades en base a ideas o ideales de vida, alejándose todo planteamiento de la realidad y, por lo tanto, creando formas de relación forzadas y pobres que nada tienen que ver con el pulso vital de las ciudades surgidas de forma natural. Sin embargo, la utopía tiene una parte beneficiosa, y es que permite indagar por vías desconocidas sin necesidad de desplegar grandes esfuerzos a cambio. Por lo tanto, conviene seguir imaginando por el bien del progreso humano, pero sin perder el contacto totalmente con la realidad si queremos que esa utopía algún día deje de serlo.