En términos “utilitarios” el turismo es uno de los motores económicos de la ciudad y genera numerosos puestos de trabajo. Sin embargo, puede generar también problemas de convivencia cuando se alcanzan determinadas situaciones de saturación en algunos barrios o distritos de la ciudad. (Ciudades como Roma, París o Venecia llegan al punto de una situación insostenible.) Oporto, caso que nos ocupa en el texto, está directamente en manos de nadie, de nadie más que de las frívolas políticas de inversión. Parecería que no hay ni un alma: sus habitantes o vecinos habituales tuvieron que marcharse progresivamente cuando un fenómeno volvió la ciudad atractiva únicamente para la inversión.

José Fariña se centra en la exposición de las consecuencias de la turistificación.  Al fin y al cabo, consecuencias que son posibles por dos factores; por un lado, una sociedad cada vez más desigual donde los recursos de cada uno son cada vez más desequilibrados y es algo de lo que se aprovecha la gentrificación; por otro lado, la mercantilización de los barrios ( viviendas, y de todos los ámbitos de la vida social).

A pesar de que la lectura de este caso nos puede generar desazón, desilusión, desmotivación o como mínimo hacernos cuestionar el verdadero poder urbanístico,  me gustaría pensar que todo esto no se reduce más que a una política. Una política a revisar, frívola, que no se interesa lo más mínimo por el propio lugar, Oporto, por sus peculiaridades y características,  que lo mismo le da Oporto que cualquier otro lugar si lo que importa es la inversión.  Que tampoco  le importa llegar a puntos ridículos (“una mercería tenía fruta en cestos y bacalao seco colgado en el exterior (…) ha sido comprada y ahora es algo totalmente limpio y ordenado y tiene colgados bacalaos de plástico”) con tal de crear una escenografía vacía  que funcione casi como una especie de trampa de ratones. O casos que recuerdan humorísticamente a películas de ficción tales como matrix: “Fotos de recuerdo para rememorar viajes que nadie ha realizado. Todo para prolongar esa ilusión de estar en un hogar. (…) Todo para que ese hogar no sea considerado como piso turístico y pueda evadir impuestos y presupuestos”.

 Estudiar modelos de otras ciudades donde se han tomado medidas políticas progresistas y redistributivas bastante decididas  sobre el problema: como casos de París, Vancouver, Melbourne, Sydney, Berlín, Oakland,… nos sosiega, pues aunque parezca que es posible solo en un mundo paralelo ilusorio, resulta que realmente es posible llegar a un punto armonioso, de equilibrios, donde turismo y habitantes coexistan.