En este artículo Gómez Ordóñez expone seis postulados sobre el sentido de “trazar”, dando un matiz o grado diferente en cada uno de ellos. Con el primero entiendo que la acción de trazar va más allá de dibujar una simple línea en el espacio, que en el hecho de plantar esa “calle” va implícita la unión de dos puntos (hitos), que siendo (o no) diferentes, los vincula y relaciona. Tenemos entonces la línea, unidad básica o primer grado. Pasamos entonces al segundo grado, que trata de “trenzar” esas líneas originando nuevas relaciones intersticiales y que a su vez van trenzadas a otra trenza que crea el tejido, origina los espacios públicos de la ciudad. El negativo de este tejido es el que da forma a la vida interior y el  cual es necesario subdividir o “trocear”. Pero no ha de dejarse al azar o al “copia-pega”, sino que tenemos que tener presente las escalas, el control de los ritmos (acelerar, ralentizar, frenar, concentrar, dispersar… la ciudad) para la creación de una melodía armoniosa, adaptada a la medida humana. A esto le damos forma y margen por medio de la geometría, pero ambos sintetizados con pluralidad, dinamismo y capacidad de mutar conforme lo hace la vida y el habitar.

Me quedo con la idea del trenzar, porque para mí supone la generación del sistema nervioso de la ciudad: Crear los nervios que converten lo individual, con un simple uso, monótono y carente de diversidad, en un todo capaz de producir un sinfín de relaciones y oportunidades, espacios ambivalentes, de producir vida.