El nuevo urbanismo escenifica la incertidumbre. La ciudad se define como aséptica, genérica; en su grandeza encontramos el Terrain Vague o espacio de nadie, que no tienen nombre ni uso. El arquitecto, al hacerse el responsable del urbanismo, se ha visto limitado en su creación; hay arquitectos que son simplemente una marca, venden un objeto arquitectónicamente urbano. Ha habido espacios que no funcionaban y los hemos dejado de lado, centrándonos en construir otros nuevos, alejados del problema.

Pero la ciudad no es sólo un espacio, decíamos que es también un drama en el tiempo. Hay episodios que dejan marca en la ciudad, y le duelen durante siglos, no necesariamente llegando a cerrarse esta herida. La ciudad, si tiene los recursos, tarde o temprano debe hacer frente a estos problemas, solucionarlos. Hay que volver a tener una responsabilidad, pero no una que implique ser los dominadores del urbanismo ceñidos a unas reglas anticuadas. ¿Qué estrategia debemos llevar a cabo para construir en la ciudad? Los proyectos mastodónticos que quieren controlar todo no sirven; hay muchos temas reales como la marginación, la integración de los barrios más degradados  o como mencionábamos en clase,  la ciudad de los niños que está muy arrinconada, los tránsitos…Hacen falta espacios más humanistas respecto al coche; como integrar la peatonalidad en la ciudad, que a fin de cuenta es lo que hace que las personas tengan contacto con la vía pública. La ciudad es un soporte del que debemos hacer uso.

Las normas del juego han influido mal a la hora de hacer las ciudades. En clase comentábamos el ejemplo del Albaicín, que desde que la UNESCO lo declaró patrimonio de la humanidad ha perdido población, se han hecho rehabilitaciones selectivas y ahora ya no se puede interactuar con la ciudad. Por culpa de las leyes estamos matándolo. El texto nos anima a saber saltarnos ciertas reglas, siempre que estemos dándole un nuevo valor a las cosas.