El urbanismo es, según he podido comprobar este año, una herramienta, o un sevicio más bien, para explotar las virtudes del territorio en pos de una mejoría en el marcol social y económico. No sólo el territorio nos da pistas o sugerencias para lograr dicha mejoría, también y sobre todo el ámbito sociocultural, el cual es en realidad el espejo de las carencias y logros de una sociedad, la cual inherentemente ocupa un marco espacial, el cual la condiciona.

Este marco sociocultural que todos cohabitamos debe desprender y desprende sensaciones, particulares o colectivas, que nos acompañan a diario.

Es en estas sensaciones en las que el urbanista debe tomar partido. Tiene que ser sensible a esta emociónm y desde esta percepción actuar. Ya sea cambiando lo que debe ser cambiado, redirigiendo la mirada en una determinada calle, cuidando la iluminación de la ciudad, el cual fue un calor que él echó falta algún día, o que en algún momento le calentó. Descongestionar vías irrespirables, no abanderando la estética, sino las ganas de respirar, o la necesidad.

Es por supuesto necesario educarse en las herramientas o técnicas que nos permitirán transmitir esa suerte a la ciudad, pero es precisamente la educación de la misma y no la imposición de criterios puntuales la que la hará crecer, y no sólo cambiar, cosas muy distintas.

En conclusión mi yo urbanista no será otra cosa que un representante del malestar de las personas en la ciudad, que desde su status de semejante conoce las preguntas, y como profesional se forma en las múltiples respuestas.