Lo que más me ha llamado la atención de 'The Human Scale' es que después de presentar varios casos por todos los continentes yo llegué a la conclusión de que aunque todos amemos el progreso y lo abracemos, en nuestro subconsciente tenemos una gran añoranza por la cueva y la cabaña, por los espacio de escala humana (de ahí el título), por una ciudad amable.
Por ejemplo, todos adoramos Nueva York y su velocidad y vibrante riqueza, su exhuberante arquitectura que domina los cielos, la 'American way of life'. Pero entonces nos colocan unas sillas frente al Flatiron un espacio diminuto, y nos sentimos totalmente obligados a sentarnos, porque reconocemos ese espacio como una prolongación de nuestra casa, de nuestro salón. Y entonces un trozo de Nuevo York, antes deshumanizado, en una habitación más de tu casa.
En Christchurch, tras hacer esa consulta a la población sobre como quisiera ser su ciudad, la mayoría de la gente pide edificios de baja altura, calles más estrechas; en definitiva, una ciudad a su escala, donde el ciudadano es lo miportante y no el coche.
POr último, en Melbourne, la ciudad se había quedado desierta en favor de unas urbanizaciones de aja densidad y menor escala en las afueras, un toque de atención a esa ciudad moderna colosal y alienante, que agrede al peatón. La adaptación de las calles traseras de las edificios destinadas al servicio y de menor escala consiguieron que la gente volviera a vivir en Melbourne, porque existían nuevos espacios amables y de su tamaño.