Podría decirse que el arquitecto es el mediador entre el habitante y su ciudad.

Conoce a ambos, sabe como funcionan, es sensible a sus necesidades y lo que aportan cada uno. Sabe como ordenarlos en equilibrio, como controlar su comportamiento, su función.

Podría decirse que la ciudad es el reflejo de la mano del arquitecto, del urbanista, más que de los habitantes pero, ¿No es acaso el arquitecto sino un habitante más? Sin embargo, el arquitecto es un habitante sensible a los detalles urbanos, rincones, espacios incógnitos, imágenes. Es sensible a los flujos, las entradas y salidas de gente, de habitantes, su manera de vivir, sus atajos, costumbres, gustos y preferencias. Además, tiene inquietudes, deseos por cumplir, transmitir al habitante todo los elementos de su ciudad que su ojo ve , componentes traídos al frente en potencia, ingredientes que deben ser mezclados cuidadosamente para crear una ciudad a la altura del ciudadano, local y visitante, donde este sea el protagonista por encima de todo, el centro, pero sin despreciar a ninguno de los numerosos participantes.

A causa de todo esto se debe la presión de esta asignatura, urbanismo, una escala en la que la persona, como habitante individual y privado, pasa a ser un punto más en una larga lista de objetivos a satisfacer, algo a lo que creo que ninguno estábamos acostumbrados, pero que no deja de ser otro paso más hacia la madurez arquitectónica, el paso de tener en cuenta también el entorno en el que vive el individuo, sus condicionantes, su vida, y no solo la de él, sino también la del vecino de la puerta de al lado.