Coincidiendo con un crecimiento demográfico desmesurado, el urbanismo moderno se erige como entidad salvadora de una nueva sociedad que se antoja ciega en la ordenación de dicho crecimiento. Bien empapados de un falso concepto de modernidad, los urbanistas se ponen a trabajar en la nueva ciudad. Siendo falso este concepto base de la actuación sobre el entorno urbano. Ya que la ciudad existe, y han sido estratos históricos los que han definido el paño actual. Esto, pensado detenidamente, evidencia la necedad y prepotencia a la hora de intentar trazar una nueva ciudad; ya que eso significa despreciar el proceso, único proceso válido, de formación de la ciudad: el tiempo.

 

Esto sin embargo se ha comprendido tarde. La modernidad mal entendida no ha sido sino un satélite artificial y molesto que ha eclipsado la belleza del proceso orgánico que la ciudad ofrece. No se ha planteado un urbanismo real, quiere decirse, un urbanismo que contemple la ciudad como lienzo abierto, pero no en blanco. Como fuerza motriz que impulse la creatividad, al contrario, se ha

preferido restar complejidad al tejido. Aislarse de la ciudad en la medida que tu proyecto encaje en ésta.

 

Por suerte, la ciudad, como siempre ha hecho, va a seguir mutando con independencia de las funestas intervenciones humanas, las cuales serían, como "lluvia ácida procedente de la modernización."