El autor comienza criticando la degradación del término “espacio público”, en lo que estoy totalmente de acuerdo con él. No se puede calificar un espacio como público, en sentido urbano, si es simplemente un relleno entre construcciones, si no está pensado.

Plantea que es la condición colectiva la que define la urbanidad. Sin embargo, aunque los ciudadanos sí que determinan en parte cuál es el carácter de un lugar, no creo que la responsabilidad sea exclusivamente suya. Si una zona ofrece comodidades y sensaciones a los habitantes, será recorrida y ocupada, pero depende del planificador que el espacio cuente con estos requisitos.

Compara las plazas y los monumentos de una ciudad, que sí son apreciados como espacios públicos, con cultivos rurales que dice, no tienen dependencia colectiva. Las zonas rurales no están totalmente aisladas sino que tienen una densidad de población mucho menor que la de las ciudades. ¿Por qué no nos preocupamos por estos lugares? Aquí no se precisan grandes superficies pavimentadas en forma de plazas, pero ese pequeño conjunto de vecinos también necesitan un espacio para relacionarse. Quizás en este caso podríamos aplicar el dicho de Mies van der Rohe “Less is more”.

También comenta la cuestión que vamos debatiendo desde principio de curso: ¿Por qué creamos modelos prácticamente iguales, basándonos en las últimas tendencias, tratándolo como un ente aislado?

Pensamos en espacio público a pequeña escala, en una plaza, un parque… pero no como el conjunto de lugares en los que nos relacionamos diariamente. No podemos entenderlo como parcelas cerradas en las que tenemos total libertad para diseñar ya que están interrelacionados en su conjunto, incluso las fachadas de los edificios privados forman parte de ellos.

Al igual que Manuel de Solà-Morales, pienso que la solución a este problema se encuentra en los perímetros, en la transición entre nuestro proyecto y la urbanidad ya existente.